lunes, noviembre 20, 2006

Cartas

En el barrio de San Cristobal, mas precisamente en la esquina de Luis Saenz Peña y México, hay un bar. Tiene dos puertas, una por cada calle. Es uno de esos bares bastante conocidos por la fauna etílica de la zona de Congreso, cerca de la avenida Belgrano.


Algunos osaron denunciar una de las puertas del infierno detrás de la heladera -a nivel del piso- y que los mozos no son sino siervos infernales. Lamentablemente aquellos arriesgados batidores han desaparecido misteriosamente. Otros, ya en voz baja, murmuran que allí, de vez en cuando, llega el mismísimo Satán a beber una ginebra luego de cumplida la labor diaria.

Lo que si se ha podido constatar es que este antro ha servido como tugurio para más de un charlatán que, haciéndose pasar por Belcebú o algún diablo menor, ha conseguido los favores de señoras sin tanta creencias religiosas pero de mucho entusiasmo.


En este bar, y en una de sus mesas, se juega al juego más importante de todas las mesas de Buenos Aires, el truco de la vida. En cada mano, en cada naipe, en cada truco y retruco, van -y vienen- amores, sueños, frustraciones, placeres y desencuentros (no necesariamente en ese orden). Quienes lo juegan son completamente inconscientes de las consecuencias de tal o cual mano, pues la magia vital no está en las manos de quienes operan el juego sino en las cartas.


Para rastrear el origen de este juego divino debemos tomar como cierto el relato de quienes afirman que alguna vez un angel, con tareas celestiales encomendadas por el barrio, se detuvo a saciar la sed en una tarde calurosa de enero y que para la cuarta caña Legui hubo que darle una mano para que tomara vuelo. Parece ser que en el proceso de convencerlo de que era hora de partir y de que vaya pagando la cuenta, dicen los parroquianos mas indiscretos, se le cayo del bolsillo el mazo celestial. Otros afirman que a falta del vil metal, que es probervial en los santurrones y divinidades celestiales, el enviado del cielo prometió volver al día siguiente con dinero y que de garantía dejaba el mazo de cartas que de valor incalculable. Sabido es que nunca más apareció por la esquina.


Lo cierto es que hoy el mazo es conservado en el bar y utilizado por cualquier parroquiano en horas de jubilarse. Cada partida traza un nuevo destino sin que esto quede registrado en el conocimiento de los ingenuos jugadores. Quienes sin siquiera sospecharlo modifican así -en cada mano- un desencuentro o un desenlace fatal, un beso a aquella compañerita de 7mo grado o un engaño del ser amado.


Por eso amigos les advierto, alguna vez hemos de padecer el designio de esas cartas o quizás ya hemos sido víctimas de su descarnado destino. Como sea si alguna vez entran al bar y los dejan jugar un partido, no se pierdan la posibilidad de hacer una manito en nombre de aquellos que siempre quisimos darle un beso a la chica que nos amaría para toda la vida, hacer el gol que nos llevaría a la victoria en el último minuto o conocer los misterios del universo o -aunque sea- por aquellos que siempre quisimos torcer el destino que nos ha tocado en suerte.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que son naipes victoria... si son naipes victoria de esos lavables.