miércoles, agosto 30, 2006

Entrada

En Bolivia conocí una de las entradas al infierno. Lo supe ya que tras la puerta se oían gritos de condenados acompañados por el tintineo de cadenas.
Su entrada, está claro, pasa inadvertida para el caminante desprevenido ya que la puerta es bastante ordinaria si bien se la mira y tras ella todo transcurre con aparente normalidad. Pero es bien sabido que más allá del dintel el averno toma su veradera forma mostrándose, para los incautos, tal cuál es.
La trampa, dicen, ofrece la eternidad en las entrañas de la tierra, trabajos forzados, azotes regulares y media pensión con traslados.
Como este documento puede atestiguar, la puerta tiene como celador a un gendarme infernal, que a simple vista oficia de vieja manguera - imagino que con el fin de guardar las apariencias. Su cara se asemeja a la de una octogenaria cualquiera, pero si se la observa directo a los ojos mete miedo, uno descubre allí quinientos años de soledad en un instante.
Antes de partir el guardián me ofreció entrar, me prometió riquezas y placeres -debo decir que por un momento me tentó la idea-, pero no me animé. Le di unas monedas como para evitar males mayores y salí corriendo.
Ahora me pregunto si los cobardes iremos al cielo.

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